
Una madrugada de octubre del 2009 salimos con Soledad para Guaranda, cruzando la falda del imponente volcán Chimborazo que nos recibió en todo su esplendor. Sole es una argentina que trabaja de técnica en
Esta vez la organización trataba un tema complejo con los y las dirigentes: el llamado “Pago por Servicios Ambientales”. Se trata de una faceta innovadora del mercado mundial, inaugurada después del Protocolo de Kioto. La cosa es compleja y mal resumida sería algo así: las empresas de los países del norte, que son los responsables de la mayor parte de la contaminación, compran áreas naturales ricas en biodiversidad, que generalmente están en los países del sur. Las compran de formas extrañas, como “reservas de biodiversidad” o como “reserva de carbono”. La compra no les otorga derechos sobre la propiedad de la tierra pero sí sobre la producción de estos “servicios ambientales” –es decir, la biodiversidad o la producción de carbono que vendrían a considerarse como “servicios” que el habitante y su país ofrecen al planeta. De esta forma se genera todo un mercado de carbono, un mercado financiero a nivel mundial.
El Estado es el que negocia con aquellos asentados en las áreas ricas en biodiversidad o en carbono, generalmente comunidades indígenas o campesinas, pagándoles una cierta suma fija por año a condición de que no pesquen, no cultiven, no cacen, es decir que simplemente preserven el área y, en ciertos casos como el de “El Sociopáramo” de aquí de Ecuador, que hagan con el dinero proyectos sociales como una escuela o un puesto de salud. Luego el Estado negocia en el mercado mundial estos “servicios” en forma de “bonos”: “bonos de carbono” o “bonos de biodiversidad” con las transnacionales. Entonces una empresa como Shell, por ejemplo, responsable de una cantidad indeterminada de contaminación a nivel mundial, compra estos bonos de carbono que certifican que está preservando el ecosistema porque, por ejemplo, se compromete a conservar –de este modo peculiar- una zona rica en biodiversidad en los páramos ecuatorianos.
Pero aquí está la paradoja: Shell no deja de contaminar, los países del norte no cambian su forma de vida, sino que obligan a otros –aquellos que mejor supieron preservar la naturaleza- a modificar sus costumbres y tradiciones. Los responsables de la contaminación adquieren algo así como derechos a seguir contaminando. Este tema es complejo y contradictorio porque a simple vista parece una opción progresista para conservar el ecosistema pagándoles a los pobladores del lugar sencillamente por cuidar el medio ambiente. Pero tanto el concepto como muchas veces los pormenores del contrato –el de Sociopáramo por ejemplo es por 20 años, la suma de dinero es ínfima, la obligación de hacer proyectos sociales absuelve al Estado de sus responsabilidades y, por último, incluye sanciones penales en caso del no cumplimiento de algún requisito- no resultan tan progresivos. Además, muchas veces los dirigentes firman por su lado, sin consultar a las bases y sin conocer la letra chica.
Si logramos comprender profundamente el significado sociológico del pago por servicios ambientales vemos que se trata, en definitiva, de una expansión de la lógica del sistema capitalista de producción: un aumento de la mercantilización de la vida. Así como el capitalismo le ha puesto un precio a las horas que trabajamos pagándonos un salario y nos ha convertido en objetos de mercado, ahora se trata de ponerle un precio a la vida misma y convertirla en una nueva mercancía. A la vez que se busca la privatización de recursos naturales indispensables, derechos de todos y todas, como el agua, el neoliberalismo, cara más cruel del capitalismo, le pone un valor monetario a elementos tan invaluables como la biodiversidad, el oxígeno o los bosques. ¿Cuánto vale un ecosistema?, ¿cuánto vale un ser humano? Sólo un sistema de muerte como este se puede hacer esas preguntas, y lo que es más, contestarlas. El oxígeno, la naturaleza, la vida, entran así a la esfera del mercado mundial, pueden valorizarse más o menos según el estado de ánimo de los señores de las bolsas de comercio. La naturaleza, como las inversiones inmobiliarias, ya puede gozar de su propia crisis especulatoria.
Delegados y delegadas de diferentes comunidades de la sierra central del Ecuador reflexionaron sobre el pago por servicios ambientales hasta pasado el mediodía. Para la mayoría se trataba de una experiencia concreta, personeros del gobierno ya han recorrido varias comunidades ofreciendo el negocio. Por eso, el tema les resultó mucho más sencillo a ello que a nosotros. Para los y las interesadas en profundizarlo, abajo les dejamos algunos enlaces.
Algunos enlaces sobre Pago por Servicios Ambientales
La naturalesa, los bosques y los indígenas no estamos en venta - Carta de Evo Morales
Sumideros de carbono en los andes ecuatorianos
Servicios ambientales en Costa Rica, mercados y apropiación de recursos
El pago por servicios ambientales, conceptos principales
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