Un viaje por Latinoamerica, buscando encontrarnos en nuestras luchas, compartiendo nuestros saberes, construyendo comunidad, aprendiendo siempre...

Partimos en febrero del 2009 desde Buenos Aires, Argentina, sin tiempo, con nuestras preguntas y nuestras convicciones a cuestas, con las ganas de conocer(nos) el continente, de aprender(nos) las historias, las cosmovisiones, las búsquedas y las construcciones colectivas, transmitiendo también ese conglomerado de experiencias y luchas que fuimos y seguimos construyendo en nuestro suelo rioplatense.

Trabajando con la fotografía y ejecutando folklore latinoamericano en bares y colectivos llegamos en el 2011 a México y desde allá regresamos al puerto del río de la plata. Como les pasa a todos lxs que se encuentran en los desencuentros del viajar, la mochila nos persigue y seguimos regresando a esa latinoamérica que nos abraza en sus luchas cotidianas.

Abrimos este pequeño espacio para compartir algunas de las vivencias y las producciones que paso a paso vamos trabajando: relatos de las experiencias educativas en las que participamos, crónicas de talleres en las comunidades, notas publicadas en algún medio, producciones de radio, escritos mezclados...

martes, 27 de julio de 2010

Colombia: violencia y resistencia negra

Cartagena, Abri 2010.

Eran dos, casi siempre son dos. Uno esperaba con la motocicleta sudorosa. El copiloto caminó el destino de su víctima y disparó tres veces.…No, antes del pum pum pum, el segundo hombre aún tuvo el paladar para imponerle las últimas palabras de su vida al joven Freddy: “hijoeputa” le dijo, o dicen que le dijo. Ya con los vidrios de los ojos empañados por los recuerdos que le sangraban la cabeza, Freddy se despegó de su cuerpo para ver cómo se estampaba sobre el asfalto caluroso de la tarde del sábado.
La ceremonia continuó tradicionalmente. La sangre buscando los recovecos de las baldosas como un reloj que marca el tiempo de los actos subsiguientes, la gente corriendo intrigada, la gente corriendo desesperada, la gente rodeando al muerto, la gente que habla y explica, la gente que especula, la gente que se oscurece de protagonismo para dar lugar al procedimiento caleidoscópico de los agentes, policías de verde, policías de civil, policías de 9 milímetros, detectivescos enlibretados, ambulancieros y funerarios.
Primera vez en el barrio Torices. Bah, Cristo, el músico del fondo del Callejón Colombia, cuenta de una escena similar hace un par de meses. Pero la cosa fue más compleja, cuestiones políticas hicieron que un viaje de regreso a casa terminara con una moto doblemente poblada disparando de frente al elegido.
Para ser galardonados con semejante crónica, los personajes asesinados por el sicariato llevan entre sus hazañas asuntos tan disímiles como ser amados por dos mujeres al mismo tiempo, pertenecer a partidos políticos enfrentados, ser acreedores de deudas impagables, andar en negocios poco sinceros o haber perdido amigos rencorosos. Por el otro lado, los ejecutores materiales de los titulares diarios de Colombia han forjado sus historias de vida entre las facilidades crediticias del narcotráfico y las políticas complacientes de ministros e interesados varios.
Como en todo trabajo, cuando la oferta es amplia, los precios bajan. Se comenta que con unos 500.000 pesos colombianos (250 dólares) y un teléfono a mano, es posible contratar los servicios motorizados de la muerte y quedar fuera de todo riesgo.
Esta mañana miles de cuerpos vecinos y familiares enterraron el cuerpo agujereado de Freddy. Pero dicen que el muchacho no estaba ahí, que lo estaban condenando a la muerte con tres tiros en una esquina del mercado de Cartagena, que dos hombres le disparaban al unísono en una calle cortada de Bogotá, que un parcero le quemaba los sesos en los cerros de Medellín, que lo emboscaban los pasos salseros del sicariato caleño.
La apelación es contundente, puede ser tu turno. Pero las crónicas de los testigos barriales ensillados en la vereda circulan sin apagar la clave salsera de las casas afrodescendientes. La vida anda en patas y se ríe a los gritos en las callecitas pobladas de romances, cantores y trompos entusiastas de Torices. Y es que los Cartageneros, como sus hermanos de Palenque, llevan en su memoria la sangre de abuelos transoceánicos, negros coloridos extirpados de su tierra pero no de idolatrías, rebeldes transgeneracionales que aprendieron desde hace mucho tiempo a morir bailando los tambores.
Encendido de ancestros está el barrio. Poblado de historias cotidianas que se apropian de los disparos y los dominan en su tiempo otro.